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¡Yo puedo! ¿Sola?

Recuerda que hasta los mejores súper héroes necesitan ayuda

Ser mamá es un trabajo de tiempo completo, pues no sólo tenemos que llevar a los hijos a la escuela, asegurarnos de que tengan una alimentación balanceada, y procurar que realicen actividades que los ayuden a tener un crecimiento adecuado, sino que, en ocasiones, debemos hacernos cargo de cosas que no podemos controlar, como sus enfermedades. Ahí es cuando ponemos en práctica nuestros poderes como súper mamás y tratamos de encargarnos de todo esto, y además, de las tareas del hogar y de los pendientes de la oficina… ¡sin ayuda! No nos damos cuenta de que algunas veces contamos con alguien que puede echarnos una mano. Esto resulta no sólo paradójico, sino totalmente abrumador. ¿Por qué preferimos hacer todo solas?

Sentimos una gran responsabilidad

A partir del momento en que con la igualdad los hombres y las mujeres tenemos las mismas capacidades y por lo mismo, podemos desempeñar las mismas actividades. y hasta nuestros días, no hemos dejado de demostrar que esta corriente estaba en lo correcto; el problema surge cuando en este afán de probar cosas, intentamos alcanzar todas las metas que se nos atraviesen, sin dedicar el tiempo que necesita cada una y sin aceptar algún tipo de apoyo. ¿Podemos ser buenas profesionistas, madres, esposas, hijas, amigas? Está claro que sí, pero quizá debamos dejar esta concepción de “solas contra el mundo”, y aceptar que para lograr nuestros objetivos necesitamos de los demás.

Las mujeres hemos cambiado, pero afortunadamente los hombres también, y la concepción que la sociedad tenía de nosotras. Entonces, ¿por qué no aprovechar el auxilio que nos ofrecen?

La famosa culpa

Las mamás nos sentimos culpables por muchas razones: por no jugar lo suficiente con los hijos, por no brindarles lo que recibimos cuando éramos niñas, por darles demasiado, por trabajar (aunque esto sea necesario), y en consecuencia, contratar una niñera o mandar al bebé a la guardería. En fin, no sabemos cuándo parar. Pues lo mismo sucede cuando se trata de pedir ayuda: “¿Qué van a pensar, que no puedo?”.



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El caso es que debemos aprender que hacerlo, más que debilitar la imagen que los demás tienen de nosotras, nos proporcionará un poco de tranquilidad, necesaria para convertirnos en la mujer que deseamos. Por eso, la próxima vez que este sentimiento aparezca, respira profundo e intenta recordar que muchas de las acciones que te hacen pensar que no eres tan buena madre, en realidad son las que te convierten en la mejor, y que tu familia sin duda, está agradecida por ellas.

Nadie hace las cosas mejor

El ejemplo más cercano que tengo es el de mi madre, quien –desde que tenía seis años– me pedía ayudar con la limpieza de la casa; lo curioso es que antes de que el trapeador tocara el piso, ella ya me estaba dando consejos de cómo tenía que hacerlo, y no porque mi modo fuera inadecuado, sino porque ¡no estaba haciendo las cosas igual que ella!

Esto nos pasa a muchas, creemos que nadie es mejor lavando la ropa, pues la mayoría ya tenemos una técnica “infalible” para quitar las manchas; para cuidar a los niños cuando están enfermos (¿quién si no yo le hará su caldo de pollo?); ayudarles con la tarea, ya que justo somos expertas en la materia en la que tiene problemas.

Sin embargo, necesitamos aprender a delegar responsabilidades y confiar en las personas de nuestro alrededor. Quizá tengamos razón y no harán las cosas tan bien como nosotras, pero tenemos que poner en una balanza qué es más importante: nuestro bienestar y por ende, el de los hijos y la pareja, o desgastarnos realizando actividades que sencillamente puede hacer alguien más.

Somos empleadas de 10

En el trabajo contamos con “horario abierto”, es decir, hay hora de entrada, pero no de salida, y no porque nos quedemos en la oficina, sino porque llegamos a casa y después de hacer nuestras actividades en familia, nos desvelamos resolviendo asuntos que probablemente podríamos terminar al día siguiente. La situación no mejora si tenemos un smartphone, pues no conformes con estar pegadas a la computadora, revisamos el mail cada cinco minutos para asegurarnos de que el mundo no sufra sin nosotras.

Esta situación puede afectar a nuestra familia, porque, si bien nos hacemos cargo de resolver los conflictos relacionados con el bienestar de nuestro hijo, él necesita tener alguien a quien contarle sus anécdotas al final del día, y no competir por tu atención con el teléfono.

Cambiando el paradigma

La cosa no suena fácil, ¿verdad? Por eso, aquí tienes algunos consejos que te facilitarán el proceso:

  • Enséñales cómo hacer las cosas. Mantener la casa limpia es una gran responsabilidad, por ello, es mejor que la compartas con tus hijos y tu pareja. Si lo que te disgusta es su manera de asear, muéstrales como prefieres que lo hagan y dales los utensilios que normalmente ocupas. Evita estar detrás de ellos todo el tiempo, pues sólo conseguirás ponerlos nerviosos
  • Desconéctate al llegar a casa. Los pendientes del trabajo pueden esperar, y en la mayoría de los casos, no pasa nada si se hacen al día siguiente. Una recomendación al respecto es no mandarte las cosas que te faltaron al correo y tampoco guardarlas en un USB, ya que sólo serán una tentación
  • Descansa. Esto es lo más complicado, pues como dicen nuestras mamás “los quehaceres en casa nunca terminan”. No obstante, tómate un tiempo para llegar, cambiarte y ver un poco de televisión. Mientras, pídele a tu pareja que haga la tarea con tu hijo, y cenen algo sencillo
  • Relájate. Hay muchísimas formas de relajarse: asistir a un spa, ir al cine, salir con las amigas, lo importante es que te tomes un tiempo para disfrutar, aunque no sea con tu familia

 

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