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¿Por qué debes ser una mamá real y no perfecta?

¿Estás cansada de aparentar frente a todos que eres una mamá perfecta? Ya déjalo y mejor conoce los beneficios de ser una mamá real.

A mis hijos constantemente les digo que en esta vida “más vale ser que parecer”, personalmente creo que aplica para casi todo y me lleno de gusto cuando observo más y más madres y padres descubriendo y usando su propia voz al momento de criar, a pesar de todo el ruido de las redes sociales y del entorno. Me encanta que se hayan dado cuenta de la importancia de ser una mamá real.

¿Por qué es mejor ser una mamá real?

Ser padres no es sencillo, de hecho es bastante complejo y tiene su buena dosis de cansancio y de frustración, pero es esperado pues no solo es un trabajo de tiempo completo que se suma a las muchas otras actividades que tenemos, pero se trata en el fondo (porque de pronto parece que no nos damos cuenta), de acompañar a un ser humano a alcanzar sus mayores y mejores capacidades.

Con los años reconozco que yo no soy la misma mamá en la que me convertí hace casi 12 años con mi primer hijo, que la que soy hoy con cuatro hijos y muchos aprendizajes después, y no solo por el transcurso natural del tiempo del que al menos esperamos ser mejores, pero más libre y resuelta al ejercer mi maternidad, más en el “ser” y menos en el “parecer”, enfocada realmente en lo que para mi es y significa ser madre, que puede no parecerse nada al concepto esperado y tan elevado que le atribuimos.

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En el trayecto de tratar de ser más real y menos perfecta, me he encontrado ajustando estas situaciones en mi vida de mamá y espero que alguna les pueda sumar:

1. Estar con mis hijos de tiempo completo (por elección y rematado por pandemia), me hizo reconocer quién soy como mamá y quiénes son ellos como hijos; más allá de la expectativa que todos alguna vez albergamos sobre la inexistente familia perfecta, hijos perfectos o la madre perfecta que para nada soy. La diferencia hoy es que ya no lucho contra la imperfección, de hecho la abrazo y hago mía, para aprender de ella, para reconocer que no lo sé todo, que no lo puedo todo y sobre todo que nadie espera eso de mi, ni mis hijos.



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2. Me convertí en un adulto responsable al cien; ya sé, puede leerse raro, pero en otros momentos de mi maternidad, buscando esa “perfección” me llegué a comportar infantilmente, berrinche de mamá y todo, y lo cierto es que (a pesar de que a veces me divierto y disfruto al parejo con ellos), la adulta soy yo y estoy para cuidar, guiar y resolver su vida de niños. Mi infancia ya pasó y ahora les toca a ellos. Es lo que es y se dice fácil, pero hay miles de adultos en el mundo comportándose como niños y los niños no merecen eso.

3. Por encima de todo, los niños son niños y tienen múltiples capacidades de entender la vida como es incluyendo la muerte y otros tantos conceptos que queremos quitar de su visión por “su bien” o por mantenerlos en una inocencia que no sirve a este mundo. Prefiero que mis hijos aprendan de resiliencia, de duelo, de manejar emociones a que me pierdan la confianza por mentirles en la cara en nombre del amor.

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4. Mis hijos, mis reglas (incluye las reglas del papá de 4), ya no corro a comprar o a estudiar y a implementar de manera inmediata en la educación o en la crianza de mis hijos la “última tendencia”; hoy sé que los niños gustan y hasta agradecen las rutinas porque les dan certeza y seguridad. Estoy abierta al aprendizaje y creo firmemente que todo siempre se puede mejorar, pero mis hijos ya no son carne de cañón para experimentar y parecer “perfecta”, entendí que soy una mamá real y que me voy a equivocar muchas veces. Somos los adultos los que nos compramos y transmitimos el concepto de “aburrimiento”, pero nosotros mismos cuando sabemos que va a pasar nos sentimos más seguros.

5. Balance es la palabra, estar en el medio sin extremos: mis hijos no comen diario a sus horas exactas reloj y menú saludable en mano, a veces nos relajamos un poco, a veces no lo hago perfecto. Tampoco rechinan de limpio ni son impecables en su comportamiento, y sí me importa que aprendan hábitos que los mantengan en bienestar y plenitud, pero no lo llevo a la exigencia que los rompa a ellos o a mí. Nuestra relación y vínculo están por encima de la norma y sé que en la vía del amor se logra más que pretender llevar una vida perfecta que ni siquiera me gusta, porque ni la vida lo es.

6. Ya no busco respuestas ni explicaciones en terceros (maestros, terapeutas, familia) sobre quiénes son o qué hacen mis hijos, busco las respuestas en ellos mismos esforzándome genuinamente por ser la persona a la que ellos acudan sea lo que sea, para que no dependa de un intermediario mi relación con ellos y para hacerle caso a mi intuición de madre sí o sí cuando alguna alarma se me prende.

7. Soy selectiva, soy mamá real. Dejé de ser “ajonjolí de todos los moles” decía mi abuela por el tema de famoso y absurdo “fomo” (fear of missing out), o en español: miedo de perderte algo y lo único que no quiero perderme es a ellos. Dejé de parecer por “quedar bien”, “por pertenecer”, por “seguir la corriente”, por “no decepcionar a alguien”, o porque simplemente no sabía decir que no. Hoy solo estoy y digo que sí cuando puedo, cuando realmente quiero, cuando suma, cuando sumo, cuando realmente me importa o agrego valor, y eso me da tiempo para mi, para estar bien conmigo y no agotada de andar cumpliendo por todos lados menos en mi casa.

8. El típico “ellos serán niños una vez y tu serás madre toda la vida” me lo metí en la vena y he comprobado etapa a etapa que todo se pasa, dejan el pañal, se les caen los dientes, dejan la leche materna, un día duermen de corrido toda la noche… pero cada uno a su ritmo, sin comparaciones ni entre hermanos, porque lo que como mamá te funcionó perfecto con alguno de tus hijos, puede que con otro no te sirva para nada… pero hay que aprender a ver y respetar quiénes son nuestros hijos sin anteponer lo que queremos mostrar de ellos… o proyectarnos en ellos.

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9. Entendí que si no quiero o si no me gusta, o si no lo hago bien, por la razón que sea, no tengo que armar fiestas infantiles de concurso, ni ser la mamá embajadora o moderadora del chat escolar, o participar y ganar en el concurso de cupcakes y que está bien no serlo y está bien serlo, pero nada ello me define como mamá real.

10. No me importa lo que “todos los niños quieren” o lo que “lo que todos los niños” hacen, a mi me importa lo que quieren y lo que hacen mis hijos y que ello corresponda a su vida, a su realidad, a su edad y a su mejor versión. Porque ellos querrán lo que sea pero mi trabajo no es quedar bien con mis hijos o con el mundo, mi trabajo es criarlos sanos, física, emocional y mentalmente incluso si eso significa decir que no a un montón de situaciones o permisos o regalos… Soy su mamá, no solo parezco y la diferencia es abismal.

Ser mamá real no siempre es sencillo, con los únicos que tenemos un compromiso real es con nuestros hijos, hacia adentro, cada quien su estilo de vida y cada familia sus decisiones. Más ser y menos parecer nos va a llevar a una maternidad y a una paternidad plenas, felices, que lo sean realmente y no solo que parezcan.

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