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Ella… sólo ella

Hay quien dice que Dios necesita ayuda para crear personas buenas… y se apoya en las mamás.

Por Sergio Sepúlveda

Ella tenía sólo 17 años, la economía de su casa era muy pobre. Encontraba consuelo a sus carencias en el amor del chico más guapo de la colonia, apenas un año mayor. La pasión y la necesidad se concentraron en besos largos que culminaron en un embarazo no planeado. Para evitar la tormenta de casa, decidió escapar con él y ocultarse. Porque aun sin estudios, sin trabajo, sin apoyos, jamás renunciaría al bebé que se había anidado en su vientre, después de todo, entre tanta pobreza eso era lo único valioso que tenía. Pasó el tiempo y esa mujer, al ver graduado a su hijo, pensó que todo había valido la pena.

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Ella siempre fue una niña bien portada, la favorita de su papá. Muchas veces la ponían como ejemplo de comportamiento. Un día decidió viajar, tal vez a buscar el amor que nunca había tocado a su puerta. En otro país encontró a un tipo divertido que la hacía reír como nadie, que la hacía portarse mal como nadie. En algún momento quedó embarazada y se lo hizo saber al don Juan que no vivía en México. La risa se extravió. El apoyo sólo fue económico por un tiempo. El resto lo puso esta mujer, que hoy sólo está para amar el resultado de sus desvelos en solitario.

Ella trabaja todo el día. Desde hace más de una década ha entregado sus tardes a un empleo cruel que no le ha reconocido lo suficiente. En el sacrifico ha incluido a su hija, pero no hay de otra. Esta mujer se entrega convencida de que su niña le dará el reconocimiento que sus jefes le han quedado a deber. Su hija sabrá algún día que su madre es valiente, responsable, detallista, inteligente y generosa, toda una profesional, y querrá ser como ella. Ese será el verdadero ascenso para quien ha entregado hasta su salud con tal de que su trabajo sea impecable. Por el momento sigue trabajando, horas extras en la oficina que son horas menos de sueño, no obstante, cuando llegue a casa revisará el disfraz de catarina que llevará al día siguiente su motivo más grande para recibir la primavera.

Ella siempre fue una buena estudiante. Tuvo una madre exigente y una abuela muy demandante. Sacar buenas calificaciones era la única opción. Su padre siempre estuvo ausente. Así, su abuelo fue el encargado responsable de los abrazos paternales, de los mimos y de las divertidas oportunidades para romper las reglas de casa. Terminó la carrera y empezó a trabajar. Siempre fue brillante el cumplir con sus responsabilidades. Una tarde se enteró que un niño venía en camino para moverle todo su mundo. Entonces tuvo que poner pausa a sus sueños, de viajar, de ganar su propio dinero, de vestir impecable, de tener tiempo para ella, de lucir una figura firme y esbelta, de dormir hasta muy tarde, de vivir ligera sin cargar hasta un asiento de WC en su bolso. Ella extraña por momentos su vida independiente y no es para criticarle, es normal. Su esposo la anima y le recuerda que Dios necesita ayuda para crear personas buenas, y eso es una especialidad de mamá.



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Ella es la mejor tía. Quien siempre está pendiente de las fechas importantes de sus sobrinos de sangre y de sus ahijados postizos. A cada uno los trata con ternura, los apapacha y siempre es bienvenida en todas las casas. Nunca falla a una fiesta, nunca se extraña su regalo, nunca dice “no puedo” para cuidar a un niño. Lo único que no puede esta mujer es tener sus propios hijos. Se desgastó año tras año en tratamientos y terminó agotada de las falsas esperanzas. Jamás imaginó que sus únicos bebés serían las muñecas de su infancia. Nenes suaves y sonrientes, pero sin el latido que nos hace sentirnos vivos. Tanto amor sin dar la haría explotar, por fortuna los niños siempre estarán en busca de un adulto cómplice, un ángel de la guarda de carne y hueso.

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Ella es abuela. Cansada de su propia historia encontró que la fuente de la eterna juventud existe en las sonrisas y los gritos de sus nietos al verla. Está sola, su compañero ya se adelantó. Por lo mismo, en algún momento pensó que ya debía hacer sus maletas. Sin embargo, ha descubierto que sigue siendo importante, indispensable para unos chiquillos que mágicamente le desvanecen las arrugas y le pintan las canas al jugar con ella. Ya está cansada, sus piernas y los kilos de más le han quitado agilidad, aún así logra desplazarse al ritmo de una carrera de cochecitos en el pasillo o logra sentarse en el suelo para la sesión de té en el castillo de la princesa. Ya está completa, no le hace falta vivir nada más, pero acuerda con Dios una tolerancia.

P.D. Ella es mamá, la mía, la de mis hijos, la tuya, la de cualquiera. Feliz 10 de mayo.

 

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