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La realidad de un papá que se dedica al hogar

¿Alguna vez te preguntaste cuál es la realidad de un papá que se dedica al hogar? Esto es lo que vive y la serie de peripecias que atraviesan.

Supongo que, con todas las variables posibles, ésta es una pregunta que hemos tenido una enorme cantidad de padres que piensan de manera planificada: “¿tenemos otro hijo?” Reconozco que mi mujer y yo no fuimos nada originales a la hora de planteárnosla. Las diferencias tal vez estribaban en que nuestro matrimonio funciona fuera de la norma. Así, mientras mi mujer cumple con un horario de oficina convencional, yo suelo trabajar en casa. Eso implica, a la hora de pensar en los hijos es mi persona quien se ocupa de ellos durante gran parte del día.

¿Cómo es la vida de un papá que se dedica al hogar?

Y eso conlleva un montón de cosas. No generalicemos: eso me ha significado un montón de cosas. De entrada, perder un espacio que solía ser sólo mío. Antes de que B naciera, la casa se transformaba cuando mi mujer se iba a su trabajo. Las reglas y los ritmos eran otros. Así, no sólo era un hogar sino una oficina, una guarida, un escape, el encuentro creativo entre mis ideas y las palabras que las concretaban… pero era. Ya no más. B nació y el mundo entero cambió para siempre.

No hay por qué negarlo ni esconderlo: la paternidad es difícil. No sólo en su aspecto práctico inmediato. Acostumbrarse a cambiar pañales, a bañar a un hermoso bultito vulnerable o a permanecer despierto no es tan duro como parece aunque muchas veces estuve a punto de aventar la toalla. Pero eso no se puede. La paternidad es para siempre. Y quizá eso sea lo más difícil de entender porque no da tregua ni descanso. Estoy convencido, además, de que lo más duro es el aislamiento obligado.

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Entiéndase: me convertí en un amo de casa, un papá que se dedica al hogar, que no hablaba con nadie. Mis amigos trabajaban en oficinas, con horarios fijos y compañeros. Yo, acostumbrado a llenar mi soledad con lecturas y textos, pronto descubrí que mi tiempo entero estaba dedicado a B. Insisto: mi pequeño es maravilloso pero también agotador.

Por eso cuando llegó la pregunta fui yo el de las reticencias. Durante los primeros meses de B me la pasé diciéndome: “ahora que cumpla un año, dos, tres o los que sean, me podré sentar a escribir tal novela”. Tener otro pequeño implicaba prolongar un plazo de por sí lejano. No, no habría forma de que M me convenciera. Pero me convenció.



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Fueron dos sus argumentos una vez que, de manera responsable, hicimos cuentas y descubrimos que podríamos mantenerlos dentro del mismo estilo de vida con el que nos habíamos mantenido hasta entonces. El primero fue tan contundente que casi bastó por sí mismo: “Si B no tiene un hermanito tú tendrás que entretenerlo todos los días de aquí a que cumpla 15 años”.

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Ni siquiera discutí el asunto de la edad. M tenía razón. Vi cómo se postergaba al infinito la escritura de la novela. Así que ya estaba yo asintiendo cuando mi mujer soltó su segundo argumento: “Es posible que, en un futuro, nos arrepintamos de no haberlo tenido y es imposible que nos arrepintamos de haberlo tenido”.

Así que aquí estoy ahora un papá que se dedica al hogar. Con dos pequeños transitando por mi espacio vital. B acaba de cumplir tres años, entró a la escuela hace algunas semanas y no para de platicar. L cumplirá seis meses en unos días, está por probar sus primeros alimentos sólidos y muere de ganas por jugar con su hermanito. La vida es, entonces, la cotidiana convivencia con estos dos pequeños invasores sin los cuales ya no soy capaz de entender la vida. Eso sí, me queda claro que ya estamos completos. Así que ni siquiera nos planteamos la pregunta. Otro ya no es una opción.

Artículo publicado en la revista print 104, en junio 2014

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