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Papás ¿conocen sus heridas emocionales de la infancia?

Es importante que conozcas tus heridas emocionales de la infancia para trabajar en ellas y criar a tus hijos de la mejor manera.

Para criar no hay manual, ni fórmulas únicas, hay estilos de crianza y muchas maneras en que nos vinculamos con nuestros hijos, unos más relajados que otros. La mayoría, a pesar de nuestras heridas emocionales de la infancia, tenemos el interés de crear y mantener “buenas relaciones” con los hijos y hacemos lo que está a nuestro alcance para lograrlo: tomamos cursos, leemos, estamos presentes y tratamos de pasar más tiempo de calidad con ellos.

¿Tus heridas emocionales de la infancia están afectando tu relación familiar?

Los niños en sus diferentes edades también se relacionan diferente con sus padres, hay muchos factores que intervienen cuando criamos, y si lo hacemos en pareja hay que multiplicarlos al menos por dos, según lo que cada quien tenga en su equipaje emocional. Lo que no sabemos, o bien, no tenemos claro, es que también nuestra infancia incide en la crianza de nuestros hijos en el presente, porque existe un concepto denominado “heridas emocionales de la infancia” que abarcan ciertas situaciones y provocan comportamientos que muchos adultos sufrimos.

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Las llamadas “heridas emocionales de la infancia” determinan muchas veces nuestras conductas en la edad adulta y la manera en que nos relacionamos con los demás, incluyendo con nuestros críos. Las conductas y emociones que denotan tener algunas heridas emocionales desde nuestra edad más temprana, son variadas, van desde: la ansiedad, la resistencia a ciertos eventos, la incapacidad de resolver ciertas situaciones, apegarnos a personas a pesar de que nos causan daño, aferrarnos a ideas como si fuera un berrinche infantil, reaccionar violentamente en algunos momentos o tener miedo a perder el amor de las personas.

Es difícil lograr tener relaciones sanas (incluso con nuestros hijos), si no tenemos identificadas, al menos, esas heridas. Lo ideal claro, al ser adultos, es tenerlas resueltas y sobre todo, hacerlas conscientes para no usarlas como un pretexto para no evolucionar y ser maduros en nuestro actuar.

Los expertos identifican 5 tipos de heridas emocionales de la infancia:



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  • Miedo al abandono
  • Miedo al rechazo
  • La humillación
  • Traición o miedo a confiar
  • La injusticia

Estas heridas, pueden estar relacionadas con una mala experiencia particular, o bien, con una serie de actos, palabras, situaciones u omisiones que vivimos cuando éramos niños. Sobre todo a partir de los 2 años y hasta la adolescencia. Suelen ser muy dolorosas, pero además generan una carga importante de vergüenza, culpa, miedo y tristeza.

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Les cuento brevemente de qué va cada una de ellas:

Miedo al abandono: si de pequeños en nuestra primera infancia, o hacia la adolescencia alguno de nuestros cuidadores principales nos hizo falta porque no estaba o porque se fue (papá o mamá), sea por muerte, enfermedad, decisión propia, ajena o literalmente porque nos abandonó, esta marca se queda profundamente en nuestro ser, haciéndonos sentir que no somos dignos de ser amados y de que “ese alguien” importante para nosotros se quede con nosotros. En la edad adulta haremos “lo que sea” para no ser dejados o abandonados, incluso por las personas que no nos quieren.

Miedo al rechazo: si sufrimos un constante rechazo (verbal, físico o emocional, porque la energía no se ve, pero se siente), de las personas que se suponía nos amaban incondicionalmente, esa “marca” se queda en nuestro ser y nos crea una especie de delirio que nos hace “creer” y “sentir” que somos o seremos rechazados por las personas cercanas y que eso siempre va a suceder, entonces nos desvivimos por complacer a otros, hasta a los hijos con tal de no sentirnos rechazados.

La humillación: todos hemos leído o experimentado que a veces “una sola palabra”, puede cambiar nuestra manera de sentir y nuestra manera de vernos a nosotros mismo el resto de la vida. Imaginen si “esa palabra” es constante, negativa, mal intencionada y viene de alguien que nos debería de amar y no de hacernos daño, como nuestros padres. Las humillaciones que sufrimos de niños, cuando nuestro estado de indefensión es total, nos pueden marcar el resto de la vida. Aquí es donde entran las famosas “etiquetas” que marcan a los niños y por supuesto, esos niños luego serán adultos que tendrán que vivir con eso.

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Traición o miedo a confiar: las mentiras siempre hacen daño, no importa el contexto, mentir es sinónimo de romperle el corazón a alguien, por conveniencia, por cobardía, por no crear conflicto, por la razón que quieran, mentir está mal. Si nos mienten de niños, perdemos la confianza en el mundo. Es la consecuencia normal, pero eso hará que tengamos desconfianza siempre y vivir así causa miedo.

La injusticia: vaya que la justicia es un concepto que debería regir la vida del ser humano; sin embargo, es uno de los menos constantes y estables. Dicen y dicen bien que la vida es injusta, eso no quiere decir que tenemos que aceptarlo y no hacer nada al respecto, pero si la injusticia la vivimos de niños, también nos marca en la edad adulta. A veces nos volverá activistas imparables que busquen resolver cierta injusticia en particular, otros, se convertirán en eternas víctimas de situaciones que ni siquiera imaginamos solo por el hecho de que de niños aprendimos que la injusticia es parte de la vida.

¿Podemos entender lo profundo e importante que resulta identificar y resolver nuestras heridas emocionales de la infancia, ojalá antes de convertirnos en padres? Esto no significa que tenemos que ser seres humanos emocionalmente perfectos para ser papás, pero ojalá sí, lo más sanos posible. Porque al criar nos vamos a espejear con nuestros hijos, porque al tener niños a nuestro cargo que dependen para todo de nosotros nos vamos a conectar y a reconocer a nuestro niño interior y vamos a recordar lo bueno y lo malo, y lo bueno nos va a iluminar y lo malo nos va a doler.

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Ahora, si tenemos una o más de estas llamadas “heridas emocionales de la infancia”, lo que corresponde para dejar de cargarlas es tratar de resolverlas. Para lograrlo hay muchísimos recursos: expertos, terapias, libros, cursos, vaya a veces, hasta simplemente hablarlo y sacarlo de nuestra sistema. Lo que importa es no vivir “heridos”, porque en el sentido literal, una herida daña, duele, molesta, se puede infectar, complicar y dañar otra parte de nosotros y lo mismo sucede con nuestras emociones, y al tener hijos, al ser padres, esas heridas se abren, y no nos permiten alcanzar nuestra mejor versión al criar. Se vale ver hacia adentro y darnos ese abrazo grande y profundo a la niña o niño que fuimos y avanzar. Hoy tenemos enfrente a nuestros hijos y si podemos cambiar la historia.

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