También te puede interesar: Suelta la culpa en la maternidad
No querer jugar no te hace menos madre. Y menos aún si hablamos de los juegos de imaginación, como jugar al té, a los superhéroes o al doctor. No todas conectamos con ese tipo de juego. Y eso está bien.
No es falta de amor
Tu hijo quiere jugar contigo porque te quiere, no porque espera una actuación digna de un Óscar. Pero si no disfrutas jugar a la casita o a los animalitos que hablan, eso no significa que lo quieras menos.
Algunas personas disfrutan más los juegos simbólicos. A otras se les da mejor armar rompecabezas, construir con bloques o leer cuentos. Y algunas prefieren solo ver mientras sus hijos juegan.
También lee: Beneficios de jugar con tus hijos

Shhh… La guía definitiva para enseñarle a tu bebé a dormir


Está bien que no te guste el “haz como que eres mi perrito y yo te doy de comer”. Tu valor como mamá no se mide por cuántas veces te sientas en el suelo con una corona de princesa imaginaria.
¿Y si no quiero jugar nunca?
Hay días (o semanas) en los que sientes que no puedes más. Estás cansada, sobreestimulada o simplemente no tienes ganas. Eso no te hace egoísta ni fría. Te hace humana.
Tu hijo también necesita aprender que mamá es una persona con emociones, tiempos y límites. Decir “ahora no quiero jugar, pero podemos leer juntos” es una forma sana de enseñarle que las necesidades de todos importan.
Además, jugar no es la única forma de conectar. Pueden cocinar juntos, cantar mientras recogen o salir a caminar. Todo eso también fortalece el vínculo.
No estás fallando
El juego libre es vital para el desarrollo infantil, pero no todo debe depender de ti. Fomentar que juegue solo también es positivo. Le ayuda a desarrollar su creatividad, autonomía y concentración.
La culpa solo aparece cuando creemos que deberíamos hacerlo todo. Pero criar no es actuar ni entretener, es acompañar con amor y presencia.
¿Qué puedes hacer en lugar de jugar con imaginación?
- Leer cuentos y cambiar las voces de los personajes.
- Hacer manualidades simples como recortar y pegar.
- Escuchar música y bailar juntos.
- Salir al parque y ver qué insectos encuentran.
- Cocinar algo sencillo y dejar que te ayude.
La clave es estar presente, sin culpa ni máscaras. A veces cinco minutos de atención real valen más que una hora de juego fingido y con el celular en la mano.
No, no eres mala mamá por no querer jugar. Menos si hablamos de juegos imaginativos que simplemente no disfrutas. Eres una mamá real, con límites, gustos propios y mucho amor.