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Quiéreme cuando menos lo merezco porque es cuando más lo necesito

Cuando tu hijo hace berrinche ¿lo abrazas o lo regañas? Te explicamos por qué deberías aplicar la frase «quiéreme cuando menos lo merezco».

¿Cuántas veces hemos leído o escuchado la frase “Quiéreme cuando menos lo merezco porque es cuando más lo necesito?”, ¿cuántas veces la hemos hecho propia con nuestros hijos o nosotros mismos como adultos? Y es que el ser humano es complejo desde que nace y para darnos una idea básica, pero no simple, podemos ver la película “Intensamente” en la que las emociones de Riley nos dan una probadita del cerebro cambiante de niño a adolescente y lo que sucede adentro.

¿Cuántas veces has escuchado “quiéreme cuando menos lo merezco”?

Sin que sea exclusivo de la pandemia, en cualquier momento de nuestra vida relacionarnos implica siempre un reto porque la comunicación entre las personas requiere además, la interpretación que cada uno hace de los mensajes que recibimos y de los que entregamos. Soy mamá de cuatro niños y uno de ellos tiene 5 años, últimamente le ha dado por expresar su cansancio, frustración, tristeza o cualquier situación ante la que se siente impotente con gritos, gritos de esos que te hacen vibrar el tímpano y que por su edad y mi experiencia de mamá de cuatro, yo juraba que ya habíamos librado la época de los berrinches.

El caso es que no siempre tengo la paciencia, el tiempo, la energía o la disposición para contener sus berrinches con todo amor, para acompañarlo hasta que el berrinche se disuelve porque digamos que, estoy lidiando con la vida diaria y con mis propios berrinches internos. El mayor de mis hijos tiene 12 años, y una tarde después de un berrinche infernal de Pablo, cuando yo estaba derretida en un sillón tomando café y tratando de regresar al silencio y buscando la calma en mi cerebro por un momento, (porque las que somos madres sabemos que el silencio es un bien escaso), llegó y me pidió tiempo para explicarme algo, -le dije que si-.

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Palabras más o palabras menos, lo que vino a explicarme es que él, estaba triste por ver a Pablo tan sensible y reactivo a todo y que se dio a la tarea de buscar en You Tubeporqué los niños de 5 años hacen berrinches”, y de todo lo que encontró (de lo cual yo no tenía idea), concluyó que lo que Pablo necesitaba era atención y tiempo, cariños y paciencia, y que como estaba en una casa con 2 adultos, 2 adolescentes y un niño de casi 8 años, él tenía que esforzarse todo el tiempo por encajar con nosotros y estar a “nuestro nivel” y que por eso gritaba desesperado cuando no lo lograba y en su cabeza no sabía explicarlo…

-Sobra decir que me quedé pasmada-, luego de mi breve discurso de “gracias hijo por preocuparte, no es tu responsabilidad, la mamá soy yo, etc., Antonio me dijo que, pensaba que lo que Pablo estaba haciendo era el reflejo de cómo nos sentíamos todos y que él lo absorbía y que lloraba y gritaba para sacarlo de su cuerpo y de su sistema. -Me quedé callada-, luego cerró su explicación con: “Yo me siento igual, y creo que tú también, pero no gritamos tanto”. -Uff, estocada final porque tiene la razón.



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Traté de procesar la información, regresar a mi centro de adulto responsable y fui a buscarlo a su recámara donde lo encontré viendo una película de superhéroes con su hermanito de 5 años en el regazo. Antes de que me comiera la culpa, la ignoré y me fui a recostar con ellos. Observé que Antonio le acariciaba la cabeza a Pablo y que Pablo estaba concentrado en lo que veía, pero una de sus manos estaba agarrada de la otra mano de su hermano. Y entonces me di cuenta de lo obvio, de lo que es tan evidente que causa ceguera: todas las personas sin importar la edad necesitamos contacto, ser vistos y escuchados, no solo atendidos.

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Necesitamos validar nuestra existencia y confirmar que somos importantes para otro, que nuestra vida tiene una razón y que cuando no encontramos ese regazo o esa mano que sostener nos vamos sintiendo perdidos, y que entonces, la mayoría de nosotros no tenemos la inteligencia emocional para explicar cómo nos sentimos y menos qué necesitamos para sentirnos mejor y entonces, (guardando las proporciones), cada uno vamos llamando la atención de los que nos importan a nuestra manera: quejarnos, llorar, pelear, gritar, dejar de hablar, etc., y yo siempre digo “niño ve, niño hace”, así que con Pablo lo tenía enfrente todo el tiempo, y no lo había querido ver: Pablo (igual que yo), estaba rebasado de emociones después de unas terribles semanas de estrés en familia pues los 6 nos contagiamos de Covid, y el miedo, la tristeza, el cansancio propio de la enfermedad, todo acumulado, nadie a quien decirle y de los que lo vivimos juntos nadie que se interesara por ver cómo la estaba pasando Pablo, sus gritos extremos eran el resultado.

Cuando acabó la película los invité a la cocina por un chocolate caliente, llamé a mi esposo y les hablé de mí; me mostré completamente vulnerable ante ellos y reconociendo que quizá yo no merecía los mejores tratos de cada uno, pero que sí los necesitaba y mucho, para reconfirmar que somos una familia sana, feliz y que fuimos y somos capaces de salir de situaciones difíciles juntos. Todos me miraron con mucha compasión, acudieron a darme un abrazo que acabó en abrazo grupal y cada uno (sin planearlo), compartió cómo se sentía, coincidimos en algunas cosas, unos más positivos que otros (porque juventud divino tesoro) y al final, Pablo sonriendo solo se terminó su chocolate y dijo: -ya no voy a gritar-, y no lo ha hecho más.

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El mensaje es, que estamos aquí para ser felices, no para ser perfectos, y que TODOS merecemos amor siempre, nadie merece estar enojado o asustado o frustrado cuando tiene personas alrededor que lo aman, así que, si alguien o tú, está pidiendo a gritos ese amor, hagan una pausa y entréguenlo sin medida, porque al final la vida hoy es lo único que tenemos, son momentos o instantes de felicidad y hay que maximizarlos, la verdad: lo demás, es lo de menos.

Mírate al espejo, ciérrate un ojo, date las gracias por quien eres y lo que haces por ti y por los demás, agradece lo que sí hay, y si sientes que por alguna razón no mereces algo, quizá es cuando más lo necesites, reajusta y pídelo: ¡Sí te lo mereces!

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