Así logré criar sin gritos
Nos dicen que en casa no estamos encerrados, estamos seguros, y es verdad; siempre que nuestro espacio nos haga sentir en calma, la ansiedad si se presenta (que es normal), puede venir de afuera, de lo que no podemos controlar, pero que nuestra casa no genere la ansiedad y para eso hay que hablar de lago común (que no normal): de los gritos en casa.
Yo soy una mamá que gritaba…
Yo confieso que muchas veces les he gritado y les grito a mis hijos, y en alguna ocasión hace un par de años, mi hijo mayor (a sus 8 años), me hizo llegar a esta reflexión donde me dejó una pequeña nota diciendo: “Mamá, no te sientas mal, si me gritas es porque me amas».
Lo pongo en contexto: soy mamá de 4, entre los 4 años y los 11 años de edad (lo cual no es para nada una justificación para gritar a diestra y siniestra), estoy con ellos de tiempo completo y tengo ayuda en casa; sin embargo, les he gritado a mis hijos.
Puedo dar muchos ejemplos de haberlo hecho cuando en medio de hacer muchas cosas al mismo tiempo veo que alguno de ellos está en peligro y no me doy el tiempo para explicarlo sutilmente, simplemente grito, algo como «no jueguen en la escalera», o «no te vayas a cruzar la calle», «cuidado con tu hermana(o)», «está caliente», «no pises ahí», «ven», «te puede morder», «no», etc.
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También, lo acepto, les he gritado con enojo, con rabia, porque en ocasiones no me han dejado tomar una llamada que era importante para mi, o porque están tan activos que me he sentido desesperada por no tener un poco de silencio, o porque en el supermercado han roto algo por tocarlo cuando les había advertido que no lo hicieran.
Otras veces he gritado desde el dolor, no con ellos ni contra ellos, pero me han escuchado y me han visto gritar, porque tengo duelos personales, por cansancio, por frustración, por tristeza… ¡vaya que he gritado!, incluso, me he cachado hablando fuerte, cuando pierdo de vista que eso solo aleja a los niños y es cuando miro sus ojos abiertos y su pequeño cuerpo alerta, que me doy cuenta que debo bajar la voz.
No grito siempre, no grito mucho, pero sí grito
¿Una horrible verdad? No lo sé. Honestamente no tengo una respuesta absoluta. Cuando he gritado, a veces me he sentido fatal por haberlo hecho, otras me he sentido bien, otras no he sentido nada. Creo que eso me hace demasiado humana y también estoy segura de que gritar no me convierte en mala madre, aún y todo mi reflexión personal es sobre haber indagado profundamente hacia dentro de mí, ¿qué es lo que provoca que yo grite o les grite a las 4 personas que me aman de la manera mas incondicional que puede haber?
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Aquí mis conclusiones sobre qué y porqué grito (más allá de la primera respuesta obvia que cada situación tenga):
Mis distracciones. Me irrita lo que me distrae de mis hijos: el uso excesivo del teléfono, hacer demasiadas cosas al mismo tiempo, demasiados pendientes por hacer, querer hacer todo yo misma o querer hacer ciertas cosas a la perfección.
El resultado: sentir que pierdo el control y gritar para sacar la presión. La consecuencia: perder el control y definitivamente no recuperarlo por haber gritado.
Identificado lo anterior, he implementado algunos cambios y se los comparto, porque no quiero que mis hijos piensen que gritar es un cato de amor.
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1. Entendí que no es responsabilidad de ninguno de mis hijos quitarme del camino, la responsabilidad de tenerlos a mi cargo y no abusar jamás de mi control sobre ellos.
2. Entendí que hay cosas sobre las que jamás tendré el control y que eso, no tiene por qué llevarme a gritarles a quienes más amo y a quienes menos se defenderían de mí, simplemente porque no esperan que yo les grite.
3. Hablé con mis hijos y les expliqué hasta asegurarme que me entendieran que gritar no es, ni será sinónimo de amor, y que sí, aún cuando a veces les he gritado desde el amor por protegerlos y que agradezco que lo reconozcan, gritar no es igual a amar.
4. Entendí que siempre habrá cosas que hagan, digan, no hagan o simplemente sucedan por o alrededor de mis hijos y que me saquen de quicio, y que a pesar de ello, sea lo que sea, gritar no lo arreglará.
5. No quiero gritar al punto de que en algún momento ellos me teman.
6. Recocí que gritaba y que me esforzaré por dejar de hacerlo.
7. Entendí que mis hijos me observan, todo el tiempo, esté yo o no consciente de ello, entonces que debo y quiero cambiar ciertas reacciones de mi persona para que ellos no sean ese espejo de mi lado negativo.
8. Me perdoné por las veces que grité sin razón o en exceso, porque claro que lo hice y al reconocerlo me dolí por mí, por ellos y me perdoné.
9. Aprendí a poner atención a mis propias emociones y a las señales de cansancio, sueño, frustración, tristeza. Sin dejar de darme espacio para sentirlas y vivirlas profundamente. Dejé de darme permiso para perder el control y creer que lo puedo resolver con un grito y he tratado firmemente de que, en cuanto siento la gana de subir la voz, simplemente la bajo mucho más.
Me he dado cuenta que ante el cambio de tono de voz, ellos, mis hijos, son más atentos y receptivos porque tienen que ajustar su atención y sus sentidos para escucharme y eso provoca una pausa en el ambiente o en la situación que me está irritando.
10. Quiero que, sea lo que sea que hagan, lo que sea, ellos puedan acudir a mí desde el amor y desde la certeza absoluta de cuentan y contarán conmigo, con mi amor y comprensión. Que eso no quita bajo ningún esquema que yo ceda a no ponerles límites, claro que sigo y seguiré haciéndolo, incluso sigo regañando y a veces aplicando consecuencias, pero ya no gritando.
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¿Qué ha cambiado alrededor de mi cambio?
Para mi sorpresa TODO, mis hijos ya no gritan como antes, en mi casa ya no vivo los gritos de ellos o los míos porque «son niños», o «porque son 4», o porque «tengo la razón». La energía cambió, siguen haciendo cosas de niños y yo sigo con ellos reaccionando, pero mejor, en calma, con la voz baja; cambié mi energía y ellos lo notaron y pueden fácilmente darse cuenta cuando algo está distinto y me preguntan ¿qué pasa? y yo puedo comunicarme con ellos antes de llegar a la necesidad de gritar.
Todos hemos entendido que nos amamos a pesar de no gritarnos y no al revés. No es que me sienta orgullosa de esta confesión, pero sí me siento feliz de haber cambiado para mejorar la relación con mis hijos y el ambiente en casa.
Me siento feliz de haberme dado cuenta de que nunca es tarde para hacer cambios que hagan más feliz a una familia y más ahora que estamos tanto tiempo juntos, el tiempo perfecto para construir los mejores pilares emocionales como familia.
La vida es muy corta como para pasarla mal, tener hijos es una belleza y he elegido reaccionar desde la paz y desde el amor para que ellos vivan observando eso en mi.
Seguro que de pronto me cacho con ganas de gritar, pero eso me ha llevado justo a la auto-observación y a mejorar como persona. Les agradezco a mis 4 maestros de vida hacerme ver hacia mí, les agradezco infinito su amor incondicional y me agradezco gritar cada vez menos porque ahora me escucho mejor.